Entradas

Mostrando entradas de diciembre, 2009

No había ningún radiador en la casa

Recibió un sobre con las llaves de la casa, acababa de entrar el invierno y había nevado. Decidió prescindir de equipaje e inaugurar su nuevo hogar. Cuando llegó, observó estremecida que no había ningún radiador en la casa. Fue al coche y trajo una manta de viaje. Sobre el colchón frío de la habitación glaciar le pesaba su decisión impulsiva. En su afán por vencer a las bajas temperaturas se puso las manoplas de calcetines y éstos de guantes con el fin de favorecer la circulación de la sangre. No dio resultado. Abandonó la habitación iglú y se fue al salón nevera. Miraba la chimenea vacía, sin troncos, sin fuego. Cual indio arapahoe, decidió ponerse a saltar en círculo en torno a la mesa desnuda; sin flores, sin cena. El movimiento le hacía sentir mejor; empezó a cantar a Wakan Tanka y recordó el baile al sol. Las vibraciones corporales le devolvieron el contacto con la madre Tierra, que aunque nevada, algo de calor transmitía. ¿O tal vez la flama procedía de su propia energía y su des

Hace falta estar ciego

Homenaje a Rafael Alberti y a los políticos que cobran por gobernar al mundo. El horizonte se cierra para los ojos que no quieren ver hace falta estar ciego. Si otros ojos te descorren el velo que te oculta y tus párpados se cierran hace falta estar ciego. Si tu orgullo bloquea tus oídos si tu olfato ya no es tu timón hace falta estar ciego. Si la luz del camino viene y te envuelve y no quieres percibir las sombras hace falta estar ciego. Nada es perenne y quizá sea la oscuridad quien devuelva luz a la luz, vida a la vida.

El espejo mordido

De tanto mirarme en los escaparates y no encontrarme decidí no volver a ir de compras. Un pequeño e incesante susurro me perseguía: Escapa y rápate, aquí la ropa es menguante. Por las noches peinaba mi pelo abatido y volvía a escuchar aquella voz; me miraba en el espejo del baño y no me reconocía. Anduve por las calles con el paso largo y de frente, debo confesar que evitaba todo tipo de reflejos espantada. Me pedían fotos y enviaba cualquier recortable que adjuntar. Antes de acostarme me echaba crema y al no reconocerme las muecas huía hacia la almohada y me enterraba en el edredón. Una mañana encontré la máscara; el rodillo del polvo compacto, el collar de perlas, la camisa blanca y el polo azul marino. Recogí con guantes de látex todos aquellos artificios; las planchas del pelo, las mascarillas y las cremas de noche. En una gran bolsa de basura, metí todos los contratos con empresas anteriores, descuarticé el dni y me reservé un pasaporte a punto de caducar. Antes de cerrar la puert

Las cenizas de Max, mi abuela

Imagen
Por las noches mirábamos el fuego, mi abuela y yo. Nos fascinaba la danza de las llamas. Para mí el mayor regalo era bucear en la chimenea oscura, y alcanzar el brillo de las estrellas en lo alto, que sin duda, me miraban a mí, dispuestas a proteger nuestros sueños para el futuro. Mi abuela no me dejaba acercarme tanto al fuego como yo quisiera, obstinada en alcanzar la complicidad con las estrellas. Así que después de horas de dar la espalda a la televisión y seguir el vals de los sarmientos crepitantes, pesarosa me iba a dormir, no sin que antes me hiciera una trenza y jugásemos al calor entre las mantas, junto con mi hermano; todos en la misma cama grande de sábanas húmedas bajo una noche estrellada, sin nubes y con los silbidos del viento que azotaban a las persianas. A la mañana siguiente, limpiábamos juntos la chimenea y echábamos las cenizas en un cubo de zinc, entre mi hermano y yo sacábamos el cubo al porche para que mientras desayunábamos se fueran enfriando las ascuas de

Un lugar para esta historia, la historia de ciertos lugares

Imagen
Miró de nuevo todo el jardín de plástico heredado de su madre. Flores rojas, hojas verdes ...todo un sarpullido de polvo e ilusión de vida. Los geranios, claveles, gladiolos y siemprevivas recorrían los pasillos de la casa, las estanterías del baño, la cisterna, el fregadero de la cocina, los poyetes de las ventanas... Aquella alfombra de colores desgastados crecía con el paso de los días, ya no se podían ver los libros con tanta enredadera, eso sí, ahora se podía caminar descalzo gracias al cesped artificial. Volvió a mirar y pensó en la utilidad de aquella floresta inerte, estornudó. Era un regalo. Un guiño cuidado de su madre hacia él. El legado debería expandirse más allá del descansillo del portal. Le gustaría recuperar la vida de las pilistras de plástico.Toda esta floristería propia de los años 80 debería tener un sentido funcional 20 años más tarde. Lo tenían difícil competir con las flores luminosas e higiénicas de los salvapantallas del siglo XXI. Abrió un libro y encontró lo