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Mostrando entradas de octubre, 2010

Autodefinido

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Pies de aire corazón nube boca pétalo manos arena ideas viento. Deseo raíz tierra. Pies de aire corazón cielo vida fuego.

Korazón Reklame

Dejemos al corazón en oferta en el estante de los congelados. Que se hielen los instintos porque están equivocados. Es peor el silencio, la huida, ... Y peor la duda.

La llegada de Florence

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No me dices hola al entrar, tan sólo miras mi piel negra, mis manos grandes. No imaginas que mi piel es suave, que mi corazón es algodón del Sur, que para que yo entre hoy en este ascensor urbano cientos de cuerpos se juntaron en la noche, cientos de manos trabajaron la tierra, y tres generaciones anteriores a mí migraron del campo, que mi abuela también sabía abrir un grifo, y ahora estás aquí mirándome. Veo tus ojos europeos cómo escudriñan mi cuerpo de mujer grande por debajo de tus gafas, probablemente eres miope, de ahí tu proximidad e insistencia. Muestro mi sonrisa, y tu corazón, esponja magullada de alquitrán y humo, comprende. Por fin, sonríes y me saludas. Ahora me siento bien en este ascensor de ciudad gris, orgullosa de mis manos grandes y mi piel café, negra y suave. Ilustración: Carmen Arevalill o

Desde Uruguay con el corazón: Benedetti

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«Te dejo con tu vida, tu trabajo, tu gente, con tus puestas de sol y tus amaneceres. Sembrando tu confianza, te dejo junto al mundo, derrotando imposibles, segura sin seguro (...) Pero tampoco creas a pie juntillas todo. No creas, nunca creas, este falso abandono. Estaré donde menos lo esperes. Por ejemplo, en un árbol añoso de oscuros cabeceos. Estaré en un lejano horizonte sin horas, en la huella del tacto, en tu sombra y mi sombra (...)». Así se despedía Mario Benedetti en 'Chau número tres'. El uruguayo reflexionaba sobre la relatividad de la ausencia. También ahora es relativa. Como legado deja sus palabras y su forma de entender la vida. LA INFANCIA «La infancia es un privilegio de la vejez. No sé por qué la recuerdo actualmente con más claridad que nunca» . «Es a veces un paraíso perdido, pero otras, es un infierno de mierda». EL APRENDIZAJE «Mi primer trabajo fue en una empresa de repuestos de automóviles, luego 15 años en una inmobiliaria y luego, al periódico —pri

Sunday morning

Perdonen que no me levante dijo Marx una mañana de domingo. Dió media vuelta y siguió durmiendo. Los domingos pueden ser un acicate para reencontrarse con el campo, los níscalos y las amanitas, o bien transformarse en un auténtico festival de la pereza. Por el momento, perdonen que no me levante, me doy media vuelta y ya me despierto luego. A las dos sonó el teléfono móvil: cambio de planes. Viva la improvisación.

La vía muerta despierta

Anoche crucé la línea y me encontré a viejos amigos que se calentaban alrededor de la hoguera, me recibieron con alegría y el pasado se fundió en un mal sueño que apenas ahora recuerdo. Esta vez cruzar fue como la primera llegada, equilibrando mis pasos con los tacones, que ventajas del tiempo ya no me quedaban grandes. Los collares largos de cuentas rojas, regalos de la hospitalidad Bahíana, me animaban a seguir adelante. Me agarraba a ellos como quien se aferra a su talismán más querido, sin embargo, no mostraba ya ni tan siquiera una pizca de mis miedos. Caminaba segura con mis zapatos rojos de tacón ancho por la línea de acero. Iba cruzando los railes de mi vida, recuperando el pulso, la dirección. En el bolso llevaba guardado el rumbo envuelto en papel albal para que no se mojara, para que no se me perdiera, para que sonara en las máquinas infrarrojas de la frontera, sabiendo ya que el rumbo no se quita, como quien se despoja de las botas y el cinturón

La falta

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Fotografía de Minako Tasaki Mis pies resbalan como jabón mojado por las piedras del río. Cada canto rodado es una aventura del tiempo. Decidir el camino es cantar en cada salto. Cruzar a la otra orilla es la meta. Miro mi ombligo con asombro, no recordaba haberlo dejado ahí: subir y bajar, entrar y salir del agua. Los músculos se alteran. Son tantas las raíces que se estiran por debajo del agua. Son tantas las dudas que me impiden dar el gran salto. La orilla. Hoy estoy en el centro de la nada. Guardo el rumbo en el bolsillo, el reloj me atrasa. El cielo observa el reflejo de las hojas de los árboles sobre el agua crespa, siento el peso del vestido de piedra de Virginia Woolf. En este río sin vacas, quedo inmóvil, lloro-río a cada paso. Esta mañana desayuné dudas y merendé nubes. Ahora no entiendo a mis pies que balbucean blancos al ras de la corriente. Al otro lado, la orilla. Posteo esta entrada a petición de Toñi. Mil gracias por recuperármela. Cómo me he podido olvidar de la ma